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  1. Hemos recibido este mail de ZUMZUM:

    Aún puedes ver gauchos en Argentina. Si haces un alto en «La Esperanza», antes de llegar a Lago Argentino, puede que encuentres uno desayunando, con la taza de café entre las manos y la mirada perdida, indiferente a los turistas.
    Si paseas unas horas por el borde del Perito Moreno oirás el silencio, sólo roto por el viento y algún trozo de hielo que se desprende. Y verás volar al cóndor o al águila mora. Y, en medio de este grandioso paisaje, una casa de madera y una mujer, descendiente de finlandeses, solitaria y fuerte, te invitará a té con pastas y te contará una historia.
    Como también te la puede contar un fornido descendiente de gallegos, camino de Humahuaca, a los pies del Cerro de los Siete Colores, en medio de un paisaje inimaginable, salpicado de cardones, de casas de adobe, de cementerios con flores de plástico, de gente que trabaja en condiciones imposibles, en una tierra de luz cegadora y colores cambiantes.
    Podrás ver, en Humahuaca, si llegas a las doce en punto, cómo sale San Francisco a bendecir a cuantos se congregan en la plaza, mientras suena el Ave Maria y los niños sonríen ante el previsto asombro de los turistas.
    Pero también podrás ver lo inimaginable si te alejas de este duro desierto. A un kilómetro del mar, en Punta Tombo, entre guanacos y ovejas, aparecen, de pronto, miles de manchas negras: nunca creerías que los pingüinos llegaran tan lejos de la playa, y sin hielo alrededor. Y, sin embargo, están allí, en medio de una tierra árida, barrida por fuertes vientos, esperando tener a sus crías, en un ajetreo constante, del nido al mar, del mar al nido…
    O las ballenas. Aunque te avisen de su cercana presencia, aunque creas ir preparada, cuando aparecen a tan sólo unos metros de la lancha, lo mejor que se puede hacer es contener la respiración, no pestañear ante el grandioso espectáculo y procurar grabarlo en tu memoria para siempre mientras disfrutas del instante.
    También resulta de una ternura aparentemente inexplicable el espectáculo de los elefantes marinos, tumbados en la playa e inmóviles, como muertos; excepto las crías que, por el contrario, no paran de agitarse reclamando alimento, mientras las gaviotas acaban con los restos del último parto.
    Y cómo olvidarse de Ushuaia, hasta el aterrizaje en su aeropuerto muestra lo difícil que es llegar al fin del mundo. Algunos han ido allí para ver eso, dónde y cómo acaba el mundo; otros, para ver el faro de Julio Verne. En cualquier caso, puede que la ciudad no sea ya la misma; en unos meses puede cambiar, ya que sus casas, las que se han construído en los últimos años, están ocupadas por las «golondrinas», por los que no echan raíces, de ahí que carezcan de cimientos… o de jardines.
    Lo que sí estará allí será el Monte Olivia, bellísimo, dorado, junto al de los Cinco Hermanos, llamado así en honor a los hijos de Bridges, el pionero. Y el Paso Garibaldi, el Lago Escondido… y Juan Carlos, Black para los amigos, que te contará mil cosas.
    Si te cansas del frío, de la soledad, puedes ir a Buenos Aires y allí te encontrarás de nuevo con todo: con la Casa Rosada, la Plaza de Mayo, San Telmo y el Café Dorrego, donde Malena canta bajito un tango mientras en la calle actúa un mimo o baila una pareja. Y la Recoleta, con grupos actuando, parejas tumbadas en la hierba, mujeres con turbante que adivinan el futuro. Y la Torre de los Ingleses, con el monumento a los caídos en las Malvinas justo enfrente.
    Pero no me pidas que elija un sitio. Si he de quedarme con algo de tu país, tal vez elegiría el viento del glaciar, el quejido de éste al desprenderse de una parte de su hielo; el estruendo del agua en Iguazú y sus nubes de vapor ascendiendo; los cielos grises y la nieve de Lapataia; el Lago Escondido y su recóndita soledad; Humahuaca y su cabildo y su iglesia, con la más bella virgen tallada por los indios. O podría elegir Salta y su plaza, que recuerda a La Habana, o Buenos Aires y toda su historia, o el Tigre y sus mundos.
    Sin embargo, nada habría sido igual si a lo largo de estos días no hubiera tenido como anfitriones a los argentinos, o mejor dicho, a los que viven en ese país. Sin ellos no habría vuelto con lo que ya son inolvidables recuerdos. Antes de ir, un compatriota suyo me dijo: «dejalos hablar, te contarán historias increíbles». Y no se equivocó. Realmente, Argentina es increíble, o como decís allá, «espectacular». Gracias.

  2. Voy a intentar resumir el viaje que realicé junto a dos amigos durante agosto de 2005 por Argentina.

    Estuvimos, por este orden, en Iguazú, Salta, Península Valdés, Ushuaia, El Calafate y Buenos Aires. Muchos sitios pero ya que desde mi ciudad, Valencia, se tardan unas 20 horas en llegar (vuelo a Madrid y luego a Buenos Aires) había que aprovechar.

    Todos los traslados internos los hicimos en avión, así aprovechamos mejor el tiempo. Iguazú es impresionante, tanto desde el lado argentino como del lado brasileño, nosotros pasamos la frontera con un taxi que nos hizo de guía durante todo el día, ganamos mucho tiempo porque en autobús la policía revisa todos los pasaportes de todos los viajeros y tardan bastante. Fuímos dos días, subimos en helicóptero, remontamos el río hasta debajo mismo de las cataratas y recorrimos todas las pasarelas.

    También cruzamos a la Isla de San Martín, la verdad es que es un sitio increíble, una maravilla de la naturaleza.

    Al tercer día fuímos a Salta, una de las ciudades coloniales mejor conservada de Argentina, con un centro histórico muy bonito, merece la pena callejear. Hicimos una excursión por los Andes haciendo el recorrido del tren de las nubes pero por carretera puesto que el tren no salía porque estaban reparando las vías. El paisaje es semi desértico, con montañas de más de tres mil metros, atravesamos las quebradas de los rios a través de los Andes, cruzamos pequeños pueblos donde es posible comprar todo tipo de artesanía y llegamos a un lago salado cerca de Jujuy situado a tres mil metros, resulta increíble. Luego la vuelta se realiza a través de la impresionante quebrada del Humahuaca, viendo montañas de colores, cactus gigantes y pueblos con gente encantadora.

    De allí partimos hacia la Patagonia, a la Península Valdés, donde nos alojamos en Puerto Madryn, desde donde fuimos al avistaje de ballenas. Ver tan de cerca estos animales es para vivirlo, notas cómo se acercan y miran con la misma curiosidad que nosotros lo hacemos a ellas, a veces se acercan tanto que llegan a tocar el barco.

    También fuímos a diversas playas y calas donde había leones y elefantes marinos peleándo por las hembras, pingüinos, incluso orcas, aunque nosotros no las vimos. Hay que acercrse a la playa de Doradillo a primera hora del día porque las ballenas se aproximan a la orilla.

    De allí partimos hacia Ushuaia, donde visitamos el glaciar Martial, subimos hasta él en telesilla con unas vistas maravillosas de la bahía. Visitamos el Parque natural de Tierra del Fuego y navegamos por el Canal de Beagle. Para ser invierno no hacía demasiado frío (lo dice uno acostumbrado al clima mediterráneo). Comimos marisco y pescado excelente a buen precio y los chocolates también resultan exquisitos, cuidado los golosos…

    Desde allí volamos a Calafate, a uno de los sitios más increíbles que he visto nunca, al Perito Moreno, es una sensación única primero verlo desde el lago en barco y luego desde las pasarelas situadas enfrente, ver cómo caen témpanos de hielo del tamaño de un edificio, el estruendo que hace, es algo para no perdérselo. Estuvimos un día entero y parece poco, dan ganas de volver. Al día siguiente fuimos navegando por el Lago Argentino hacia otros glaciares y visitamos la Bahía O´Nelli, un lugar de belleza igual de increíble donde tras atravesar un bosque se llega al lago del mismo nombre en el cual van a parar tres glaciares. Unos lugares de una belleza natural abrumadora. Me he prometido volver algún día, volver a ver los glaciares y visitar El Chaltén y cruzar al Chile para ir a las Torres del Paine, tiempo al tiempo.

    Desde allí partimos hacia Buenos Aires, una ciudad con aspecto europeo donde visitamos los barrios más populares (San Telmo, La Boca, Recoleta, Palermo, Puerto Madero…), mercadillos muy interesantes, cafés, bares y pubs para comer y beber a muy buen precio y de calidad excelente. Esto último es así en todo el país, además para un viajero europeo le resultará bastante barato porque el euro se cotiza entre 3,5 y 4 pesos, por lo que resulta un momento perfecto para visitar uno de los mejores países del mundo por riqueza natural, calidad de los servicios, comida excelente y la amabilidad y hospitalidad de los argentinos que nosotros disfrutamos, hicimos muchos amigos. En definitiva, uno de esos viajes perfectos. Sin duda, volveremos a visitarlo.


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